SOBRE LA VERDAD
Daniel Tacilla Aquino
Universidad Nacional Federico Villarreal
Noli foras ire, in
teipsum reddi; in interiore homine habitat veritas
(No vayas fuera, entra en ti mismo: en el hombre
interior habita la verdad)
San Agustín
Todo
hombre que vive en su mundo tiene la
falsa idea de que la verdad es tan sólo un punto de vista de algún individuo. La
verdad ha devenido en algo que puede o no puede ser útil y, tomando como
referencia esta premisa, se la aplica a todo campo del conocimiento: la ciencia, el arte y hasta lo cotidiano. En lugar de la Verdad se ha impuesto lo relativo, lo
falible, el error, el vacío intelectual, la ignorancia y la mediocridad como
criterios de jerarquía social.
En
todo momento de la historia siempre se tuvo como referencia de la existencia la
idea que tenemos de la Verdad, el mundo depende de ello. Si un mundo es
considerado como una basura donde sólo queda buscar algo que pueda servir
dentro de lo que nos rodea, es porque la Verdad comienza a dejar el mundo del
hombre. Y esto es más comprensible desde hace un puñado de décadas, sobre todo
desde lo que ya muchos filósofos tenían como el único modo de entrar a la
Verdad, aquello que nos alejaría de la perturbación de la que hoy gozan los
hombres de forma inconsciente, el arte. El arte ha dejado de ser un vínculo con
lo divino, con aquello que sobrepasa nuestra perturbación propia del mundo en
el que podemos caer para así elevarnos por encima de lo humano, por encima de
la violencia humana, y ahora se ha dado vuelta, ni siquiera hacia uno mismo,
sino hacia el egoísmo más violento: el Yo visto como “otro”, como algo que no
me pertenece en verdad, sino que es producto del “otro”, con lo cual el Yo
cobra validez en razón de la invalidez de haber miles de otros que tienen una
afirmación distinta sobre el mismo Yo.
Es
así que, el problema que hay entre el hombre y el mundo que lo perturba es un
problema metafísico. Es el problema de la libertad que puede haber entre el
mundo y el hombre como algo que es parte del mundo. Este problema es inmanente
al hombre pero trasciende inevitablemente en el mundo, se manifiesta en él.
Desde luego este es un tema aparte.
¿Pero
dónde está la Verdad?
Hace
varios años que escucho algo muy frecuente entre la gente, una pregunta que
pareciera que ha nacido antes de ellos y que ni siquiera tuvieron el esfuerzo
de aprenderla cuando la nombran con tal frescura “Y ¿dónde está la verdad?”. En ellos no se encuentra ninguna
extrañez, preocupación, admiración o asombro ante tal cuestión, lo único que
encuentro en ellos es la cuestión para tener preocupación, admiración y asombro.
La
pregunta involucra muchas cosas, tal como ellos lo ven, la verdad puede estar
en miles de lugares, tantos como puedan conocer. Es ahí donde viene la
preocupación que uno puede tener. ¿Qué tanto conocen? Lo único que es seguro es
que conocen tanto como sus ojos puedan ver, mas no su entendimiento, pues si no
fuera así, tal vez verían que la verdad no son ellos, pues entre todas las
cosas que pueden ver en el mundo, eligen la que más vulnerable es al dolor y sufrimiento,
se escogen a ellos para ser el medio que responda a la pregunta del ¿dónde está la verdad? Uno puede creer
que es natural pensar así cuando un sujeto ha sido formado para creer que todo
lo que él conoce está bien porque simplemente él lo conoce, y lo que no conoce,
pues hay que desconfiar si existe o no, y si de algo está seguro este sujeto es
que conoce lo que siente, algo que nadie se lo quitará, así como siente el
dolor, la alegría y preocupación de lo que lo rodea. Todo esto se debe a que la
información que se nos ha dado desde siempre es creer en la existencia de
aquello que podemos medir y calcular de la misma manera que cualquiera puede
hacerlo, por la experiencia, dicho sea de paso, sin ningún esfuerzo intelectual. Este es un problema que
viene desde la modernidad y cayó con más fuerza desde la llamada posmodernidad
a mediados del siglo XX con conceptos como subjetividad u objetividad, que han
sido tratados de forma opuesta y hasta paralela.
No
es ningún mérito abrir los ojos y ver los objetos caer de un lado a otro o
sentir que la lluvia nos cae en la cara o que escuchemos el golpe de un auto,
pues todas estas facultades son propias de un íntimo vínculo entre las cosas y
sus semejantes. La única forma en que una cosa se puede captar es si aquella es
semejante a tal cosa. Aquí está el problema de no entender la diferencia entre
lo semejante y lo distinto. Cuando mencionamos semejante hacemos referencia a
la unidad frente a la pluralidad que implica diferencia. Lo preocupante está en
reconocer la Verdad, así como otras tantas ideas como el Bien, la Justicia, el
Amor, etc., en las cosas que no cumplen ningún mérito en la vida del hombre,
como si la Verdad o el Amor tuvieran alguna semejanza con algún objeto que se
mueve, la lluvia o un auto que golpea la calle. Siendo así las cosas, queda
afirmar que tales personas son semejantes al objeto al cual se dirige su
pensamiento, si es que se puede hablar de esto en una mente donde sólo cabe
hablar de cosas que van de acá para allá sin nada que les de seguridad,
permanencia.
Todos
tienen su verdad, todos son artistas
El
individuo no conoce el habitar del Ser mientras
no haya convivido en el mundo. Hemos llegado a un punto donde cada quien es el
máximo punto de referencia para la verdad, lo cual convierte a cada quien en el
artista del mundo. El artista no es sólo alguien que vive en un mundo, al igual
que puede serlo un perrito que vive en una madriguera, sino que es un creador
de un mundo, un mundo que se encuentra ante él pero que el cual no es posible
crear si no se tiene el mundo en su alma, por ello es necesario que el que crea
un mundo lleve ya el mundo creado dentro de él, no sólo un grupo de
experiencias carentes de méritos, sino la experiencia del mundo. El artista de
ahora es tan sólo una parte insignificante del mundo, algo que no es necesario
sino tan sólo para lo que es su semejante. Aquí asumimos que el convivir ya se
encuentra expuesto a una determinada conciencia histórica que nos permite
situarnos en el mundo propio, aunque aún indeterminado, aquel que estará
dispuesto a este evento, que es inseparable del individuo cuando me ocupo del
mundo, es decir, conocer deviene después de darse la experiencia de lo
verdadero, pero dentro de él cabe siempre la posibilidad de formarse diversos
eventos que abran paso a la comprensión, utilizar las mismas cosas con las que
soy útil, tener el mejor intérprete, el mejor aliado que me lleve al encuentro
con la verdad, pero verdad como el oculto sentido al que nos dedicamos, aun no
descubierto, lo que aún no se abre al mundo, por lo mismo que aún no se logra
salir del conflicto ontológico con las cosas hechas que me persiguen, no en
vano, todo llegará a su tiempo, y uno verá llegar las mismas cosas que otros
sentían llegar sin poder verlas como eventos que transmiten no sólo impresión
-como una obra-, sino que son inspirados en una obra de arte que deviene de la
esencia de la verdad, a través del fundamento cósico que lo hará patente de la
mejor y única manera de conocerse objetivamente.
La
Verdad es una obra de arte
La
filosofía desde su inicio fue siempre este amor por la sabiduría, esta
constante búsqueda incansable e irresistible hacia la Verdad. Al mismo tiempo
que ya el estagirita nos decía que todos
los hombres desean por naturaleza saber, es más cierto que no todos los hombres
son filósofos. Todos aquellos hombres que alejen de su alma la búsqueda de la
verdad, y que en lugar de ello renuncien a su naturaleza innata de alcanzar la
sabiduría no merecen ser llamados filósofos. Comprender esto parece ser muy
sencillo, pero es nuestro mundo mismo el que evita que podamos ver la claridad
de lo que está más elevado. Así como la naturaleza del hombre es el saber,
antes de esto está el amor, el deseo hacia algo, este movimiento imparable que
nos impulsa a vivir, pero que se ve frenado por la costumbre de lo más bajo, la
superficialidad, mediocridad del hombre que vemos vivir desde que aparecemos en
la vida. Todo esto hace creer que el hombre siempre fue así y que cambiar algo
de ello es cambiar la naturaleza del hombre.
El
problema de la comprensión hacia la verdad es el problema que se ha planteado
la hermenéutica, el cómo establecer la forma adecuada de ser objetivo -pero no
nos referimos a éste en virtud del contenido cósico que caracteriza en lo común
a una obra de arte, sino a su contenido como ser-, cómo ser uno, cómo saber a
lo que nos referimos cuando estamos en la esencia misma.
Kant
en algún momento fundamentó aquella limitación de la intuición sensible. Lo
sublime es el ingrediente que disuelve a la intuición, siendo impresentable
para ella –a diferencia de lo bello que es la armonía que puede haber entre las
formas de la naturaleza, lo que lo hace atractiva para el ser, más aún no nos
presenta el contenido oculto de la idea por la cual fue creada en su momento- ,
habiendo sólo un modo de representar indirectamente lo que es impresentable por
la intuición sensible. Un símbolo podría ser considerado como cualquier útil
que es creado por el hombre, pero en este caso debemos verlo como su naturaleza
lo indica, un camino hacia la unión de lo que desconocemos estando sólo a un
lado de dicho camino, y si deseamos tanto, entre lo mortal y lo divino. En tal
caso se pretende llegar a lo sublime, que emplea lo grandioso de la
experiencia, la grandiosidad de las circunstancias históricas que no sólo son un
advenimiento del ser como eventos históricos, sino que tomamos en cuenta cada
"evento" como aquel que toma de sí mismo los fundamentos para
demostrar lo real que puede ser transmitir la verdad del modo que le
corresponde, es aquí donde se conmemora el ser.
Un símbolo, que le dará al fin la experiencia de la verdad, formará la
verdad de la obra de arte, ya no será cualquier útil, será el cambio a un
conversar con las cosas hechas intérpretes, un cambio de palabras que no
alteraran el contenido, cambio de la verdad del ser, por la verdad de la obra
de arte, es decir, dar un cuerpo para comparar y explicar la verdad. “Además de ser una cosa acabada, la obra de
arte tiene un carácter añadido… es lo que en término griego dice συμβάλλειν. La obra es símbolo” (1).
¿Cómo
es la Verdad?
Pero
aunque la verdad haya tenido
deficiencias con el hombre en su significado, y por lo tanto en su existencia,
debe ubicársela en tal sentido que “La
esencia del hombre pertenece a la Verdad del Ser”, como ya lo afirmaría el
filósofo alemán en su Carta sobre el
Humanismo. Es aquí donde se puede aclarar de mejor manera el lugar donde se
ubica el ser, pues debe ser sabido que si bien el Ser es incognoscible para el
hombre no lo es para el Ser en sí mismo, es decir, el hombre como hombre sólo
conoce lo que causa algún efecto en él dentro de la naturaleza que lo rodea,
así, todas aquellas regularidades que se frecuentan en la naturaleza las suele
recibir de la misma forma que cualquier otra objeto en ésta: es cierto para
ellos que el hombre conoce sólo lo que pueden conocer y son lo que
conocen. El Ser tiende a inclinarse
hacia su semejante, cabe decir, la verdad del ser, que es la esencia donde
habita el hombre, claro está, dándose o no cuenta éste. Pero, aunque es natural
que el hombre tenga esta inclinación hacia la Verdad, también es correcto
señalar que casi siempre la verdad del ser, cuya esencia comparte, pasa
desapercibida, entre la αλήθεια y la λήθη (no-ocultamiento y el ocultamiento;
verdad y olvido), estos son los modos como está contenida la verdad, no como si
fuera sólo un des-ocultamiento o sólo un ocultar, sino como el pasatiempo de la
verdad. Es el juego donde las dos son cómplices para alejar al hombre de su verdad y así ir en busca de la esencia
de lo que verdaderamente es la Verdad. Esta actividad concluye y se reinicia
con cada acontecer en el que se desvela ante el sujeto que la experimenta. Este
desenlace será en cualquier caso para el
hombre el único fin que debe seguir. A esto podemos referirnos como la solución
a la que lo llevó su ser, nunca podrá decirse que es el ser de otro. Por último
podría decirse que es el punto de quiebre, hasta donde puede llegar la verdad
del ser del hombre.
Ahora,
la verdad de una obra de arte no está frente a mí, ni frente a los demás. Sólo
se puede hablar de la obra de arte como una experiencia del arte, la
experiencia estética, algo que sólo se logra fuera de las determinaciones que
nos amarran al espacio-tiempo histórico en el que nos encontramos ahora, que
condicionan la experiencia hacia algo que no pertenece verdaderamente a la obra
de arte. Lo que representa la obra de arte trasciende la subjetividad humana
con la que podemos ver un fenómeno natural común. Es esta la rebeldía provocada por el
hostigamiento a la razón pura. Ciencia y Libertad son dos de las ideas que se
enfatizan en la edad moderna. La libertad, infectada por las reglas y los
preceptos clásicos del racionalismo, se logra librar con el movimiento
romántico, rindiéndole culto a los sentimientos, a la subjetividad como
individualidad del artista, provocando un idealismo en la obra de arte. El
paisaje que nos pintó la ilustración, lo que nos enseñaba que era verdad y lo
que no lo era, según los hechos que afectaban a la historia, se trascienden a
ella misma al ser expresión interior de una conciencia individual. Los hechos
que forman a la humanidad son de tan poco entendimiento al hombre para poder
llegar al comprender la verdad, los hechos relacionados con otros sólo son
principios para aquellos que son afectados de la misma manera que los hechos,
lo cual brinda determinismo a la acción humana de la misma forma que la
naturaleza. De ahí que la libertad del hombre sólo sea posible fuera de la naturaleza
y no en ella. Otro problema de igual amplitud es el de los conceptos que se
refieren a la naturaleza misma y las acciones humanas, al igual que el lenguaje
y la interpretación que hacemos de éstos. Pero lo que en realidad logra la trascendencia de
un hecho no es la manifestación de un hecho, como la mera presentación de una cosa.
No es una vivencia, sino –asumiendo un pensamiento romántico– la trascendencia
encontrada por el sentimiento, la emoción directa, sin un pensamiento reflexivo
que nos desfigure la originalidad de la verdad del ser que experimentamos como
invitados en el tiempo, invitados por la
esencia de la obra de arte. “¿cambian los conceptos?... en realidad lo que
cambia son nuestros esfuerzos por concebir más profunda o adecuadamente lo que
es el arte”(2).
“Sólo el verdadero hombre tiende a amar. Desde que existimos nos
inclinamos a desear lo que acompaña nuestra particular existencia. Llega un
momento en que damos cuenta que no podemos amar la totalidad, el amor se
derrumba. No podemos desear aquello que no conocemos… al menos lo que no está a
la mano… de manera sensible. Sólo el Pensamiento es capaz de elevarse a lo
inimaginable por otros seres y amar de forma sublime, capaz de amar de forma
pura, sin condición, más allá de nuestro existir”.
Citas
(1) Heidegger, Martín., Sendas Perdidas, El origen de la obra de arte, Losada, Buenos
Aires, 1969.
(2)
Gadamer, Hans-Georg., Acotaciones
Hermenéuticas, III Sobre la trascendencia de la obra de arte, 3
Transformación en el concepto de arte, Madrid, Editorial Trotta, 2002.